jueves, 7 de marzo de 2013

EL PODER DE LA PALABRA

La palabra es un arma tan poderosa, que puede redimir o  condenar;  puede ser tan dulce como el almíbar o tan amarga como la hiel, sublime o diabólica.

Es una lástima que algunos individuos que están detrás de un micrófono no emitan palabras de paz y entendimiento, todo lo contrario, utilizan el micrófono para lanzar dardos venenosos y palabras incendiarias que incitan al odio y al rencor, no al perdón y la reconciliación, y lo triste es que hay incautos que caen en las redes de la charlatanería y el engaño, porque estos individuos son maestros en la enseñanza del resentimiento y la venganza.

Pero hay otros aún peores. Son los predicadores de la mentira disfrazada de verdad, aquellos que se hacen pasar por ángeles redentores y emisarios de Dios y con su charlatanería, embaucan a un auditorio repleto de almas crédulas e ingenuas que con gusto contribuyen con generosas ofrendas a cambio de las promesas que van desde la cura de una enfermedad terminal, hasta ganar un lugar privilegiado y de eterna dicha en el paraíso. Son mercaderes inescrupulosos  que utilizan la palabra de Dios para llenarse los bolsillos de dinero.

¿Y los redactores de los medios escritos? También, ellos escriben lo que les conviene aunque tengan que tergiversar la verdad y llegar a la rastrera calumnia.

Pero, afortunadamente,  también hay periodistas, locutores y religiosos correctos y respetuosos que procuran estar lo más cerca posible a la verdad y la justicia aunque se busquen problemas. Ellos, que están preocupados por el destino del país y del bienestar de la comunidad, merecen nuestro reconocimiento y gratitud. Es que a veces, para decir la verdad, se necesita carácter y valentía.



José M. Burgos S.


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