La vida y la muerte están
ligadas, no puede existir la una sin la otra. Todo ser viviente nace y muere.
El hombre siempre ha estado
preocupado por lo que sigue después de la muerte y gracias a esta preocupación,
surgieron religiones y sectas, éstas últimas continúan apareciendo casi a
diario.
Las religiones están
sustentadas con base a la fe, la cual es una luz de esperanza, pues supone que
la muerte no implica la extinción del ser humano. El alma -o ánima- que le
da movimiento al cuerpo físico, continúa existiendo de forma inmaterial,
sobrenatural e intangible.
Por consiguiente, la muerte
sería algo así como un puente, un paso de una realidad a otra, a la que se
accede, obviamente, sin el cuerpo físico, cuyos despojos, poco a poco, quedarán
convertidos en polvo.
Así es, muchos seres
humanos están acostumbrados a vivir de apariencias, a engañar, a mentir, a
sentirse superiores a los demás, a discriminar por sexo, color, estatura,
religión, costumbres, etc.
La arrogancia es un veneno que
adormece la conciencia.
La mentira tiene malas consecuencias y
esclaviza.
Las religiones -no
todas-, constituyen un freno contra la perversidad, la inmoralidad y
el delito. Sobre todo, porque los creyentes temen mucho al castigo eterno.
Lo más sensato es que nuestras
acciones sean el resultado del amor y no del temor y no olvidar que todo tiene
una consecuencia, y la de vivir es morir.
José M. Burgos S.
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