viernes, 7 de octubre de 2011

EL PRECIO DEL AMOR ES EL DOLOR.


Es frecuente escuchar expresiones como: "La vida es linda", "Qué bella es la vida", "Cada día es un milagro", "Qué hermoso es amar", "Los hijos son bendiciones del Cielo" y otras por el estilo.

Pero, ¿quién en realidad es completamente feliz? ¡Nadie! Y mientras más se vive, más se sufre.

Se sufre el dolor de ver enfermos y morir a familiares y amigos, se sufre el deterioro físico y mental, se sufre la marginación por parte de la sociedad, ¿Es acaso esto la llamada felicidad?

Cada vez que un familiar o amigo cumple años solemos desearle muchísimos más de vida y es que muchas personas en realidad desean vivir largas existencias, pero, ¿a cambio de qué? De que su salud sea cada día más frágil, de que arrastren trabajosamente sus pies, muchas veces con la ayuda de un bastón como si el suelo que pisan tuviera magnetismo. su rostro coronado de arrugas y la fortaleza de otros días, declinada. Y su sonrisa, su sonrisa es tan sólo una mueca a la que asoma el llanto.

¿Y el amor? El amor va siempre ligado al dolor. Yo amé mucho a mis padres a pesar de que en un momento de pasión me condenaron al tormento de la vida y cuando falleció mi madre debido a una dolorosa y larga enfermedad, ante mi impotencia, yo también creí que moriría de dolor, tanto que hubiera preferido mil veces no haber nacido.

Yo no pedí nacer, nadie pidió mi consentimiento. Y sin embargo, aquí estoy, navegando hacia el mismo puerto al cual nos dirigimos todos: ricos y pobres, poderosos y débiles, hacia el puerto de la muerte.

Dios no tiene preferencias, porque si las tuviera, no sería justo. No obstante, a unos les da riquezas y a otros pobreza, unos tienen hijos saludables y otros niños que sin haber cometido pecado alguno, nacen con enfermedades dolorosas e irreversibles, rodeados de miseria.

Soy consciente que en las manos de Dios soy mucho menos que una brizna de arena del océano y, por lo tanto, no soy nadie para cuestionar sus designios. Pero me pregunto: ¿Por qué el Todopoderoso en su infinita justicia le da más a unos que a otros? Yo, con todos mis defectos, procuro repartir lo que tengo en iguales proporciones a mis hijos; si tuviera el poder, no le daría a uno más años de vida que a otro, ni más salud a uno que a otro, ni más felicidad a uno que a otro, todos tendrían exactamente las mismas oportunidades. No podría tener predilecciones.

Quien más vive, más sufre y quien más ama, más sufre. La razón es muy simple, quien no ama, es frío y no tiene sentimientos, por ende, no sufre cuando un familiar o amigo padece de una prolongada y dolorosa enfermedad ni cuando muere.

Muchas personas se casan porque creen estar enamoradas, otras, porque le temen a la soledad, estas últimas, tarde o temprano, dejarán sola a la persona a la que unieron su vida o viceversa.

Otras personas no unen su vida a otras por temor a las responsabilidades que el matrimonio conlleva y al dolor que genera.

Si alguien se queda solo para siempre, sufrirá solo y terminará su existencia igual.
Otro que opta por compartir su vida con otra persona, tendrá hijos, unos buenos y otros malos. Eso no es una escritura.

Quienes tienen hijos buenos, sufrirán cuando ellos sufran, cuando se enfermen, cuando tengan accidentes y cuando mueran. Quienes tienen hijos fríos y que tomaron un camino torcido, también sufrirán por su comportamiento y porque también tienen accidentes, se enferman y mueren.

Y al final de nuestras vidas, si hemos "tenido la suerte" de tener la compañía de una persona que unió su vida a la nuestra y nos dice el médico que sufre una enfermedad terminal y dolorosa, ¿qué nos espera? Más lágrimas de impotencia y desear que la muerte nos libere pronto de esta agonía ¿Qué podemos desear cuando nos quedamos completamente solos? ¿Cuando todos nuestros seres queridos que nos acompañaban se han ido para siempre?

Nadie nos pidió nuestro consentimiento para venir a este mundo lleno de dolor y de injusticias. La vida es dura, y a pesar de eso, todos queremos vivir largas existencias, excepto los suicidas que no soportan la vida cuando ésta ha perdido todo objeto.

¿Habrá alguien que es víctima de una gran injusticia o que sufre el dolor de ver a un ser querido condenado a una dolorosa y prolongada enfermedad decir que la vida es bella? Dicen los hijos son el fruto del amor, pero, ¿dirá acaso esto quien ve que sus pequeños desfallecen de hambre y no puede conseguirles un pan para mitigarla?

En este mundo de apariencias, la gente suele colocar en sus rostros caretas que aparentan una felicidad inexistente, porque temen ser compadecidos por los demás, como si el sufrimiento no formara parte de la vida.


José M. Burgos S.

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