No pretendo dar formulas mágicas que los grandes economistas no encuentran, pero debo admitir que me inquieta y me preocupa el futuro incierto de este país.

Y la solución no creo que esté en reactivar la construcción, porque primero: ¿Qué van a hacer los bancos con las viviendas reposeídas, que incluyen grandes mansiones y apartamentos lujosos? ¿Qué empresa dedicada a la construcción se aventurará en una profunda época de crisis a invertir su capital en viviendas a sabiendas de que hay una cantidad inmensa de ellas desocupadas?

La solución sería reactivar la industria manufacturera, que es lo que hace fuerte a un país. Pero ésta es una tarea muy difícil. Un país que exporta, se fortalece, un país que sólo vive de las importaciones, se debilita y Estados Unidos dejó de exportar hace ya mucho tiempo. Basta ir a cualquier centro comercial y ver que hasta la mercancía que antes era manufacturada aquí, ya no lo es, y es casi, si no imposible, volver a traer una industria que se alejó buscando mano de obra más barata en otras latitudes.

Ha pasado el tiempo y el gobierno del presidente Obama, que prometió un cambio, no se ha visto, o mejor, sí se ha visto. Hemos visto un cambio cuando por primera vez le niegan un justo aumento a las pensiones de las personas mayores que entregaron lo mejor de sus vidas trabajando honestamente y pagando sus impuestos, hemos visto un cambio en la tasa de desempleo que ha aumentado a cifras verdaderamente preocupantes y hemos visto un cambio en los precios de la canasta familiar.

¿Cuál será el futuro de nuestros estudiantes cuando salgan de las universidades? ¿Adónde irán a trabajar?

No quiero ser pesimista, pero me preocupa el futuro de una nación que dejó de ser industrializada, una nación que tiene muchos multimillonarios con fortunas invertidas en otros países, una nación que ha olvidado a sus ancianos.

Quiera Dios que los funcionarios encargados de velar por la economía de este país, encuentren la solución, porque nosotros, los ciudadanos de a pie, no nos queda más opción que rezar y esperar un milagro.



José M. Burgos S.
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